Reminiscencias.


Hay añoranzas nebulosas que deambulan en nuestra soledad. Ocasionalmente, la nostalgia de algo que ocurrió en un pasado, que hubiéramos deseado que existiera eternamente, provoca el anhelo de su repetición.
De vez en cuando, también extrañamos lo que no pasó, aquello idealizado que suscita que invada la añoranza de una fantasía que no fue real, sino la creación utópica soñada, tan deseada e imaginada en madrugadas de desvelo, atardeceres desolados y en cualquier minuto que pudiera ser dedicado a pensar en esos tiempos perfectos del pasado.
O quizás, de imprevisto, existen momentos de melancolía en los cuales erran recuerdos aciagos que frustran de manera fastidiosa el momento presente. Sin invitación, de manera intrusiva y caprichosa, aparecen pensamientos sobre escenas del pasado, con personajes movilizadores, que se aferran para torturarnos por su ausencia y la imposibilidad de repetir aquello que ya no está.  

¿Por qué no se puede vivir eternamente en un sueño? 
Vivir interminablemente en la quimera más ansiada y fantástica que habita en lo más recóndito de cada ser humano. Esos momentos perfectos que quisiéramos que sean perpetuos. 

¿Por qué la realidad acarrea tantas agonías?
Sería tan bello que todas los días tuvieran esos instantes únicos en los cuales hasta el escenario es perfecto y nos sentimos tan contentos como dos niños traviesos saltando en la cama de sus padres. Como una noche, bajo un cielo oscuro colmado de estrellas resplandecientes y una luna llena enorme que ilumina el gran tamaño de los dientes de las inmensas bocas de los cómplices que ya ni recuerdan por qué se tentaron, pero no pueden detener las carcajadas. Y durante esos instantes, no existió nada más que el momento presente y la felicidad. 

Claro que cuando se ahonda en el pozo de los recuerdos, pueden emerger culpas por lo que ya no está o reproches por aquellas conductas que llevaron a la pérdida de lo que se quisiera tener nuevamente aquí, ahora y probablemente, por siempre.

En noches de insomnio, las reminiscencias más majestuosas me tentaron a escribir:
"Cómo te extraño, tan intensamente. Te pienso tanto, infinitamente. Y sueño con vos, inmensurablemente. Y aunque no quisiera quererte y no puedo asegurar cuánto te quiero, juro que te extraño e irracionalmente, te deseo. Me imagino, con vos, caminando juntos de la mano, pisando las hojas del otoño, oyendo el crujir bajo nuestros calzados; matando esta soledad profunda, extinguiendo este sufrir nostálgico. Te extraño. Inconcebiblemente, aún te amo. Extraño tus ojos tristes, tus labios carnosos, tus palabras dulces, tus besos fogosos. ¿Me querrás aún? Como solías quererme, inmaduro y pasional, impulsivo e imprudente. Yo comprendí y adoré tu inconstancia, aunque enloquecía diariamente con tus locuras espontáneas, tu inestabilidad emocional y tus hondas desesperanzas. Sola en mi cama, te extraño. Aunque nunca fuiste mío, aunque nunca fui tuya. Fuimos más que el uno del otro. Fuimos el uno para el otro, fuimos uno, fuimos ilusión. Nos desvivimos y fuimos dolor. Fuimos fuego y pasión. Y ya no somos lo que fuimos, porque ya nos deshicimos. Yo sigo aquí y vos te has ido. Y en soledad te lloro hondamente porque te he perdido”.

Si miramos hacia atrás, veremos que mucho de lo que lloramos como perdido fue un paso necesario para nuestro desarrollo y crecimiento personal. Y, sin embargo, se experimenta nostalgia, tristeza o culpa por aquello que, en realidad, es beneficioso soltar e inclusive necesario dejar atrás. La evolución incluye ganancias y requiere renuncias. 

La melancolía, la tristeza y la añoranza no son más que la dificultad de la aceptación de la pura e inmaculada verdad dicha por Buda: "Todo aquello que está sujeto a un surgir está sujeto a un cesar”. Es la impermanencia de la vida, la inevitable transitoriedad.


A pesar del constante cambio, nos fundamos a través de experiencias que vamos grabando y así creamos nuestra versión de la realidad sobre quiénes fuimos, influyen en cómo sentimos, y nos recuerdan cuánto amamos y cuánto perdimos. Hay culpas que muchas veces asumimos engañados inexactamente, confundidos por recuerdos que nunca son registros objetivos. Nada del ser humano puede ser objetivo, somos sujetos y en constante movimiento, codificando cada escena de esta película, que llamamos vida, según los anteojos con los cuales observemos. 

Las reminiscencias representan cómo labramos las enseñanzas del pasado, representan la manera de afrontar las emociones, la elección de dejarse llevar por los recuerdos y lo que no podemos soltar del pasado, sin hacer el esfuerzo de centrarse en el aquí y ahora, el único lugar donde realmente se vive. 

Rumiar sobre la nostalgia es aferrarse a recuerdos que nos alejan del ahora. Si ocupamos nuestro tiempo y energía en el pasado, no dejamos lugar para lo nuevo, para el momento presente.

Y, a pesar de que hay muchos recuerdos que entristecen, asolan e invitan a la nostalgia, también hay memorias que no se quieren olvidar, que se recuerdan con felicidad y provocan una sonrisa resplandeciente en la cara. Reminiscencias que llenan el corazón e inspiran profundos versos y óleos majestuosos. Memorias que originan instantes estremecedores que deleitan el corazón. 

Comentarios

  1. Dios no te prometió días sin dolor, risa sin tristeza, sol sin lluvia, pero él si prometió fuerzas para cada día, consuelo para las lágrimas, y luz para el camino.

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  2. Sin palabras. Así me deja leerte. Sin palabras.

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  3. Cuando el corazón se transforma en palabras, y estas caen en un papel en forma de sentimiento,cuando esto llega al lector , solo te puede conmover, hermoso, gracias Meli.

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  4. Un texto maraviloso que ayuda a reflexionar sobre un tema tan nuestro como la nostagia. Es un placer leer un articulo con tanta poesia. Felicitaciones

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