Libertad.
La libertad es la facultad que tiene el ser humano de elegir cómo pensar y obrar según su propia voluntad, según su inteligencia o de acuerdo a su antojo.
Aparentemente, parece que todos gozamos de plena libertad, sin embargo no es precisamente así.
Aunque somos libres para decidir algunas cosas, hay otras que no podemos elegir: nuestra familia, nuestro contexto, el país en el que nacimos, los actos de los otros. Lo que sí somos libres de elegir es cómo actuar ante las situaciones, cómo enfrentar aquello que no decidimos nosotros, cómo afrontar los éxitos y los fracasos.
Sin embargo, tampoco somos completamente libres al responder ante las situaciones, porque más de una vez somos esclavos de nuestras creencias y prejuicios. Muchas veces, son los esquemas mentales los que direccionan nuestras respuestas ante los eventos de la vida.
Las personas somos animales pensantes, analíticos. Aún así, nuestras conductas y pensamientos, muchísimas veces, acontecen indeliberadamente; se realizan sin cerebración consciente. Existen conductas aprendidas en el pasado ante ciertas situaciones que tienen consecuencias sobre nuestro presente actual. Debido a aquellas experiencias pasadas, surgen automatismos que son difíciles de evitar tanto ahora como en el futuro. Esos comportamientos sin cerebración consciente no nos condenan a la repetición inexorablemente, ya que pueden ser atraídos a la conciencia y modificados tanto los automatismos como los esquemas mentales subyacentes a través de un trabajo de comprensión e iluminación de las vivencias pasadas y presentes de la vida.
Los sabios postulan que las experiencias externas sirven para percibir el mundo y las internas para comprenderlo. Lo que ocurre es que en ciertas coyunturas, nuestros procesadores de datos pueden hacernos jugarretas y traducir la información que percibimos del mundo exterior (o de nuestro interior) de manera distorsionada.
Cuando no podemos evaluar claramente los datos tal como se nos presentan, debido a miedos y emociones injustificadas que responden a experiencias pasadas, corremos el riesgo de sentirnos desorientados frente a los eventos y sus repercusiones en nuestras emociones y conductas porque nuestros sentidos pueden ser traicioneros.
Sin esos deformados engaños del pasado, se puede pisar fuerte el césped del camino de la alameda, aquel que conduce al mar de las percepciones legítimas, luceros que iluminan al volar sobre el terruño de la seguridad. Desde la luz de este firmamento, puede observarse claramente aquellas estrellas fugaces, señales fidedignas. Emociones singulares que revelan verdades existenciales sobre a esencia de las cosas. Evidencias de la existencia presente, epifanías de insuperable riqueza vital.
Entonces, podemos utilizar la libertad, esa facultad natural que poseemos, la cual nos permite optar por actuar o no, dentro de lo posible, de determinada manera, por voluntad propia, haciendo uso del poder de nuestra conciencia.
Pero vale aclarar que libertad no es omnipotencia, no somos dioses. La libertad tiene un límite, ya que la libertad absoluta nos haría dioses.
Carl Jung escribió:
“Se preguntará si no hay hombres en los cuales la propia voluntad libre sea el principio supremo, de forma que toda actitud sea elegida por ellos de propósito. No creo que nadie haya alcanzado esta altura divina. Pero sé que muchos aspiran a este ideal, porque se hallan poseídos de la idea heroíca de la libertad absoluta. Todos los hombres dependen de algo, son determinables por algo, porque no son, ni mucho menos, dioses”
Ojalá que aquello que nos determina no nos castre. Ojalá que la libertad nos permita, inteligentemente, enfrentar nuestro destino.
No somos dioses, y aún así tenemos grandes poderes: nuestra voluntad, nuestra fe, nuestro empuje para enfrentar desgracias que Dios no pudo o no quiso evitar. El poder de la resiliencia, la capacidad de poder salir airosos y hasta fortalecidos de situaciones en las que parece que el destino parece desafiarnos: a debilitarnos o a aprender y salir volando alegres y triunfantes cual bellas mariposas que contienen en sus alas la juventud y la vitalidad de la vida misma.
Somos libres, y con todo lo que eso conlleva, tenemos el poder de ahogarnos en las profundidades del mar o brillar como estrellas fugaces en las noches de oscuridad, mas eternamente.
Aparentemente, parece que todos gozamos de plena libertad, sin embargo no es precisamente así.
Aunque somos libres para decidir algunas cosas, hay otras que no podemos elegir: nuestra familia, nuestro contexto, el país en el que nacimos, los actos de los otros. Lo que sí somos libres de elegir es cómo actuar ante las situaciones, cómo enfrentar aquello que no decidimos nosotros, cómo afrontar los éxitos y los fracasos.
Sin embargo, tampoco somos completamente libres al responder ante las situaciones, porque más de una vez somos esclavos de nuestras creencias y prejuicios. Muchas veces, son los esquemas mentales los que direccionan nuestras respuestas ante los eventos de la vida.
Las personas somos animales pensantes, analíticos. Aún así, nuestras conductas y pensamientos, muchísimas veces, acontecen indeliberadamente; se realizan sin cerebración consciente. Existen conductas aprendidas en el pasado ante ciertas situaciones que tienen consecuencias sobre nuestro presente actual. Debido a aquellas experiencias pasadas, surgen automatismos que son difíciles de evitar tanto ahora como en el futuro. Esos comportamientos sin cerebración consciente no nos condenan a la repetición inexorablemente, ya que pueden ser atraídos a la conciencia y modificados tanto los automatismos como los esquemas mentales subyacentes a través de un trabajo de comprensión e iluminación de las vivencias pasadas y presentes de la vida.
Los sabios postulan que las experiencias externas sirven para percibir el mundo y las internas para comprenderlo. Lo que ocurre es que en ciertas coyunturas, nuestros procesadores de datos pueden hacernos jugarretas y traducir la información que percibimos del mundo exterior (o de nuestro interior) de manera distorsionada.
Cuando no podemos evaluar claramente los datos tal como se nos presentan, debido a miedos y emociones injustificadas que responden a experiencias pasadas, corremos el riesgo de sentirnos desorientados frente a los eventos y sus repercusiones en nuestras emociones y conductas porque nuestros sentidos pueden ser traicioneros.
Sin esos deformados engaños del pasado, se puede pisar fuerte el césped del camino de la alameda, aquel que conduce al mar de las percepciones legítimas, luceros que iluminan al volar sobre el terruño de la seguridad. Desde la luz de este firmamento, puede observarse claramente aquellas estrellas fugaces, señales fidedignas. Emociones singulares que revelan verdades existenciales sobre a esencia de las cosas. Evidencias de la existencia presente, epifanías de insuperable riqueza vital.
Entonces, podemos utilizar la libertad, esa facultad natural que poseemos, la cual nos permite optar por actuar o no, dentro de lo posible, de determinada manera, por voluntad propia, haciendo uso del poder de nuestra conciencia.
Pero vale aclarar que libertad no es omnipotencia, no somos dioses. La libertad tiene un límite, ya que la libertad absoluta nos haría dioses.
Carl Jung escribió:
“Se preguntará si no hay hombres en los cuales la propia voluntad libre sea el principio supremo, de forma que toda actitud sea elegida por ellos de propósito. No creo que nadie haya alcanzado esta altura divina. Pero sé que muchos aspiran a este ideal, porque se hallan poseídos de la idea heroíca de la libertad absoluta. Todos los hombres dependen de algo, son determinables por algo, porque no son, ni mucho menos, dioses”
Ojalá que aquello que nos determina no nos castre. Ojalá que la libertad nos permita, inteligentemente, enfrentar nuestro destino.
No somos dioses, y aún así tenemos grandes poderes: nuestra voluntad, nuestra fe, nuestro empuje para enfrentar desgracias que Dios no pudo o no quiso evitar. El poder de la resiliencia, la capacidad de poder salir airosos y hasta fortalecidos de situaciones en las que parece que el destino parece desafiarnos: a debilitarnos o a aprender y salir volando alegres y triunfantes cual bellas mariposas que contienen en sus alas la juventud y la vitalidad de la vida misma.
Somos libres, y con todo lo que eso conlleva, tenemos el poder de ahogarnos en las profundidades del mar o brillar como estrellas fugaces en las noches de oscuridad, mas eternamente.
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